domingo, 25 de marzo de 2012

Me guardo las noches en que nos quisimos.

Sinceramente, me alegra saber que la vida te ha tratado bien, aunque no te lo merezcas. Hoy me encontrado con tu vecina, la del segundo, la que nos saludaba todas esas tardes que me escapaba a casa de tus padres. Me ha preguntado por mí y no me he atrevido a contestarle que estaba sola y destrozada. He tenido que inventarme la historia de mi perfecta vida para salir del paso. Me habló sobre ti. Me contó que te mudaste a la casa de nuestros sueños, esa que todas las tardes contemplábamos pensando cuando llegaría el día en que pudiéramos pagarla. Que te has comprado el coche que tantas veces miramos a través del escaparate. Que te casaste en la iglesia de la esquina. Que tuviste dos hijos, y que les has puesto los nombres que durante tantas horas pensamos tú y yo. Que estudiaste en la Universidad a la que decidimos ir juntos. Que todos los domingos sigues yendo a la piscina con el bañador que te regalé, y que sigues bebiendo nuestro Latte con caramelo del Starbucks. No pude contener las lágrimas. Pensé en llamarte, pero tras dos horas sentada delante del teléfono, decidí que lo mejor sería no molestarte. Solo quería saber por qué entre todas esas cosas, decidiste prescindir de mí.

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