lunes, 24 de septiembre de 2012

Nada me han enseñado los años, siempre caigo en los mismos errores; otra vez a brindar con extraños, y a llorar por los mismos dolores.


Bastaba un cruce de miradas. Uno de esos que sin decir nada lo dicen todoQuizá ya no estemos como antes, quizá no nos veamos de la misma forma. Quizá ya no me veas igual. Quizá, quizá quizá… ¿Y qué? Tú sigues siendo el mismo. El mismo que con un puto beso en la mejilla me dejó tonta, el mismo que me seguía mandando mensajes cuando yo no contestaba, o cuando estaba dormida… El  que se perdió conmigo por las calles lloviendo y me contaba mentiras mientras sujetaba mi mano. El que me dijo que me quería al segundo de hacerme pasar el peor rato de mi vida, que me hacía apuestas sin sentido, se ponía celoso y no me lo decía; y me llamaba guapa cuando yo solo le decía cosas malas. Y aunque no eras el mejor, ni el más gracioso, ni el más listo, ni el más romántico, ni el que estaría ahí siempre, decidí apostar por nosotros; porque creí que había algo que nos impedía alejarnos el uno del otro. Y así me drogué, diciéndome a mí misma que pronto abrirías de nuevo la puerta de mi habitación y me harías cosquillas en la espalda. Pero después de todo tú volviste, y ahora sí que no sé a que estás esperando para hacer la maleta y escaparte conmigo lejos, a Nueva York como yo propuse; o al fin del mundo, como tú me solías decir. Yo te estaré esperando con mis cosas frente a mi puerta, en el banco de siempre, con la chaqueta que me regalaste; y sin perder esa sonrisa que tanto te gustaba. Me debes un abrazo.

domingo, 9 de septiembre de 2012

Cada vez hay menos oportunidades de vivir el sueño de Cenicienta.

Se te cae el zapato de cristal y el príncipe lo mete en su trastero repleto de zapatos de cristal en lugar de ir a buscarte.


Tú eras un príncipe de barrio con un encanto de calle. Un chico sin preocupaciones, sin motivaciones, sin sueños incumplidos. Pero juntos éramos diferentes, dos locos con la cabeza bien dura; dos tontos con ilusiones, dos gatos que se dedicaban a jugar por las noches y reír durante el día. Nunca nos decíamos nada porque cualquier palabra estaba de más, porque nuestra especialidad era hablar con los ojos, volar sin alas, soñar despiertos. Nuestro único trato fue un juego de meñiques que decía "para siempre".  Un trato que ninguno de los dos tenía derecho a romper nunca. Hasta que te cansaste de despertar juntos cada mañana y encontrar mi ropa en tu armario. De ir sin rumbo fijo, haciendo eses; de no estar del todo cuerdo. Hasta que te cansaste de subir cuestas, romperte la cabeza; de oler a mi colonia. De coleccionar mis gomas de pelo y mis zapatos de cuento. Hasta que te cansaste de mí.

martes, 4 de septiembre de 2012

Yo ya no me quejo de nada, ya no creo en nada.


Y de repente, sin previo aviso, un día cualquiera pasa algo que te hace darte cuenta de que la vida son dos jodidos días y que si no los aprovechas estás perdido. Y entonces, te paras a pensar y te das cuenta de la de sueños por cumplir que tienes aún, la de cuentas pendientes por cerrar, la de ciudades que visitar, sonrisas que pintar, almohadas que mojar…. Paras un segundo, y lloras. Lloras porque sabes las cosas que puedes perder, las personas a las que puede que no vuelvas a ver, los "para siempre" que nunca se cumplirán… Porque ves que todo puede pasar antes de lo que tú creías, antes incluso de darte la oportunidad de intentar ser lo que quieres llegar a ser. Por esa razón, hay que intentar ser felices en todo momento, siempre; pase lo que pase. Seguir adelante con todo. Y no dejar que las personas buenas como tú y como yo suframos por culpa de un cualquiera, ni derramemos lágrimas por cosas sin importancia… Porque por triste y duro que suene, cualquier día puede ser el último.