domingo, 9 de septiembre de 2012

Cada vez hay menos oportunidades de vivir el sueño de Cenicienta.

Se te cae el zapato de cristal y el príncipe lo mete en su trastero repleto de zapatos de cristal en lugar de ir a buscarte.


Tú eras un príncipe de barrio con un encanto de calle. Un chico sin preocupaciones, sin motivaciones, sin sueños incumplidos. Pero juntos éramos diferentes, dos locos con la cabeza bien dura; dos tontos con ilusiones, dos gatos que se dedicaban a jugar por las noches y reír durante el día. Nunca nos decíamos nada porque cualquier palabra estaba de más, porque nuestra especialidad era hablar con los ojos, volar sin alas, soñar despiertos. Nuestro único trato fue un juego de meñiques que decía "para siempre".  Un trato que ninguno de los dos tenía derecho a romper nunca. Hasta que te cansaste de despertar juntos cada mañana y encontrar mi ropa en tu armario. De ir sin rumbo fijo, haciendo eses; de no estar del todo cuerdo. Hasta que te cansaste de subir cuestas, romperte la cabeza; de oler a mi colonia. De coleccionar mis gomas de pelo y mis zapatos de cuento. Hasta que te cansaste de mí.

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