jueves, 22 de marzo de 2012

Las penas nunca vienen solas, los malos nunca dicen: Hola chaval. ¿Qué tal? ¿Te gusta mi pistola?

Esa sensación de impotencia, de ganas de llorar, de querer escapar de ahí. ¿Sabes? Es como cuando vas guardando cosas en una cajita, una cajita terriblemente frágil. Con todo lo que hay dentro, le coges un cariño enorme e inexplicable a tu cajita. Pero un día, por cualquier tontería, la cajita cae al suelo y se rompe. Y allí estás tú, sin acabar de creértelo, y sin poder hacer nada porque todo vuelva a la normalidad. Recoges los trocitos sabiendo que siempre la echarás de menos, sabiendo que ya no podrás guardar más cosas en ella, que algún día tendrás que comprarte otra. Y sin embargo, tú no quieres ninguna otra, no quieres otra igual, ni otra parecida; tú quieres tu cajita, esa cajita. 


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