jueves, 4 de abril de 2013

Voy a cambiar de vicios que la melancolía es muy perra.


¿Te acuerdas de esa sensación de timidez, ese nudo en el estómago que se formaba cada vez que te iba a ver? Cómo me mirabas al acercarte y sonreías, y yo notaba las mejillas cada vez más rojas, y el corazón aceleraba con cada paso. Los abrazos cuando hacía frío, las promesas sin sentido, los planes, los días de felicidad irremediable e incoherente y las sonrisas imborrables, incansables. Eso. Todo eso que tuvimos. Eso que yo ya no recuerdo. Dicen que el amor es darle a una persona el poder para destruirte y confiar en que no lo haga. Y lo más curioso es que a veces, aunque nos llevemos mil hostias no abrimos los ojos; y seguimos tropezando con la misma piedra, estrellándonos contra el mismo cristal, ahogándonos en la misma orilla de siempre mientras nos destruyen. Y vemos la destrucción como algo dulce y la suya en especial como algo incomparable. Y lo peor de todo es cuando todo el mundo se da cuenta de lo que pasa e intenta salvarte, y tú no lo ves y no puedes salir de ahí. Mientes, dices que se acabó, que ya nunca volverás a verle igual; todo por no preocupar a la gente, porque no te tomen por una tonta que no es capaz de pensar y ver la realidad. Pero sinceramente, no son más que eso; mentiras. “Toca abrir los ojos” te dices a ti misma, pero el corazón puede a la razón, y a él le gusta sufrir. "Si te enamoras pierdes", cuánta razón.


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